miércoles, 3 de junio de 2015

¿Libertad de expresión o libertinaje de expresión?


¿Todo vale en nombre de la libertad de expresión o hay unas reglas para hacer de ella un buen uso? La polémica de estos últimos años tiene que ver con la pitada hacia el himno nacional español en los estadios de fútbol por una parte de las aficiones barcelonista y bilbaína cuando sus respectivos equipos juegan la final de la Copa del Rey. Los sectores nacionalistas e independentistas se niegan a que estos sucesos se condenen por parte del Gobierno español alegando libertad de expresión y el derecho a mostrar desacuerdo con los símbolos nacionales. Para ello se apoyan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos la cual indica textualmente que "Aplaudir, pitar o silbar para mostrar acuerdo o rechazo son formas pacíficas y democráticas de ejercer el derecho a la libertad de expresión". Incluso la Audiencia Nacional declaró literalmente que “Al efecto la pitada efectuada durante la llegada del Rey, durante la interpretación del himno nacional así como la colocación de la pancartas con el lema “goodbye Spain”, están amparadas por la libertad de expresión, y no pueden considerarse difamatorias, injuriosas o calumniosas, ni mucho menos que propugnen el odio nacional o ultraje a la Nación, no siendo merecedoras de reproche penal, teniendo además en cuenta el principio de intervención mínima”.


Amparándonos en esa premisa, permítanme que un servidor opte libremente, tanto si me hallara en un estadio de fútbol como ante el televisor de casa, por negarme a pitar el himno nacional tanto el de España como el de cualquier nación o país sin ser acusado de españolista por no participar en la sonata. Sencillamente, cuando siento desagrado hacia algo o hacia alguien prefiero expresar mi oposición o desencanto de otra manera, en absoluto pretendiendo alardear de ser un hombre refinado por tal motivo. Es más, incluso con toda probabilidad, el presidente de la Generalitat de Catalunya Francesc Macià, ante una final de la Copa del Presidente de la República de Fútbol, todo y ser militante de ERC e independentista, jamás hubiese consentido a la afición barcelonista una pitada al entonces himno nacional español de Riego de la España republicana. El Avi hubiese declarado que quienes pitaban, a pesar de ejercer su libertad de expresión, no hacían ningún buen servicio a Cataluña. Algo muy parecido afirmó una vez el mismísimo Jordi Pujol en un torneo de fútbol en el cual jugaba la selección catalana cuando de pronto un grupo de jóvenes quemó unas banderas de España. Y ya no digamos de cómo habría reaccionado Tarradellas, con su afán de entendimiento y concordia entre Cataluña y el resto de España, la única persona de la historia del fútbol español capaz de lograr que el público barcelonista aplaudiese a su rivalísimo Real Madrid en el mismísimo Camp Nou.


No es mi sana intención la de discutir ni mucho menos la de prohibir a nadie que pite o abuchee lo que le plazca, quien quiera hacerlo es conciencia y problema de cada uno, pero me llama la atención la actitud contradictoria que ejercen los nacionalismos catalán y español cuando ambos retroalimentan su odio mutuo. Así, quienes apelan a la libertad de expresión para defender el derecho a pitar el himno nacional español, son en buena parte los mismos que exigen mediante amenazas (algunas incluso de muerte) a la ex-militante de EUiA Marina Pibernat que rectifique y se retracte por haber usado la expresión "catalufo" y "escoria" al referirse a los partidos soberanistas; son los mismos que se indignaron cuando a Raimón lo pitaron por cantar en catalán en un concierto de homenaje a Miguel Ángel Blanco; y son los mismos que quisieron emprender acciones legales contra el adjunto al director de la Marca España Juan Carlos Gafo por decir "catalanes de mierda, no os merecéis nada" tras la pitada al himno nacional en el Palau Sant Jordi. Resulta coherente que estos episodios provoquen indignación a la sociedad catalana en general pero es completamente incoherente pretender increpar sin ser increpado como si solo uno de los dos bandos tuviese ese derecho. Aquí se rompen las reglas del juego.


Y en el extremo opuesto, quienes defendían la libertad de expresión cuando el periodista Federico Jiménez Losantos soltaba impunemente sus anticatalanadas en la cadena COPE, ahora desean sancionar a quienes han pitado el himno nacional español y emprender cambios legales para que ello no vuelva a producirse; y son también quienes no se han pronunciado cuando el público del estadio Santiago Bernabeu abucheó el himno de Turquía en el año 2009 y en el estadio Vicente Calderón el de Francia en el 2012. ¿Dónde está ese ejemplo de respeto hacia los himnos o hacia las personas cuando se termina por imitar a quienes ofenden?
La libertad de expresión para poder opinar bien o mal de algo o de alguien puede ser ilimitada pero el problema yace cuando conlleva al desenfreno, cuando está destinada a ofender, cuando quienes opinan se creen en posesión absoluta de la verdad o cuando se pretende adoctrinar a los demás. Ello desemboca al libertinaje, limitando la auténtica libertad de expresión porque a pesar de que ésta exista, provoca que muchos se sientan coaccionados y se autocensuren por miedo a decir lo que realmente piensan para evitar un conflicto, perder amistades (incluso el trabajo) o ser increpados. Dicho de otro modo, es el prohibir sin prohibir, un modo muy práctico y pasivo de censura consistente en hacer que quien calla por temor a opinar diferente conste "oficialmente" que en realidad calla simplemente porque quiere, puesto que "legalmente" nadie le ha prohibido ejercer libremente su derecho a opinar abiertamente.


Esa es la llamada población silenciosa o silenciada, cuya existencia es un grave síntoma de crisis democrática. En ese sentido, cada vez más se percibe la triste sensación de que para ser considerado un buen catalán o bien un buen español es obligatorio acatar como condición sine quanon ciertos principios y votar a unos partidos políticos en concreto. Los resultados electorales que definen estos nuevos parlamentos tan plurales en cuanto a número de partidos se refiere, es un reflejo no solo del agotamiento del eterno bipartidismo, sino también de la búsqueda de nuevas formaciones políticas que terminen con la repartición de carnets de catalanidad y de españolidad, permitiendo que cada uno exprese libremente sus sentimientos y opiniones sin temor a ser coaccionados o reprendidos por estos lobbys catalanista y españolista tan poderosos e influyentes, capaces de politizarlo todo, incluso un rollo de papel higiénico si hiciese falta.
Himnos nacionales, cánticos de in- inde- independència en los minutos 17:14 de juego, monarcas, esteladas, rojigualdas, aplausos, pitidos... ¿y si dejamos de una vez por todas que el noble arte de la posesión del balón llamado fútbol vuelva a ser lo que una vez fue, es decir, deporte?

Fotos: ABC, blog.periodistadigital, elblogdeljr, el web negre.

1 comentario:

Canet Bernat dijo...

Ningú s'ha parat a pensar com hem arribat a aquesta situació? Algú s'ha parat a pensar que si haguéssin tingut una mica de mà esquerra i haguéssin respectat l'Estatut que va aprovar el Parlament de Catalunya ara no estaríem així?

Han anat massa lluny apretant, ofegant i oprimint, i ara ja no hi ha solució. Això segur que s'arregla però falta saber si serà a les bones (tant de bo) o a les dolentes.

El que és clar que així no es pot continuar....