sábado, 21 de junio de 2014

Felipe VI: presente y futuro de la monarquía española en el siglo XXI


Como tarradellista debo decir que no soy monárquico sino más bien republicano, lo cual significa que ante un hipotético referéndum votaría con toda probabilidad a favor de la instauración de una República. Sin embargo, aún así respeto a esta institución porque no encuentro razones para odiarla o combatirla. ¿Como catalán que soy es eso una anomalía y debería pedir perdón por ello? Tal vez me guste adoptar siempre una postura diplomática y de cordialidad, algo que yo no juzgaré si es correcto o incorrecto. Sencillamente se deba a mi carácter, pues prefiero adaptarme a las circunstancias y cambiar las cosas desde el entendimiento y la concordia, no a costa de fabricarme enemigos, porque con esfuerzo y voluntad todo es posible. Es más, reconozco que si la Familia Real me invitara alguna vez a la Moncloa yo acudiría, si me otorgaran un título nobiliario lo aceptaría emocionado con mucho gusto, y si coincidiese con una visita de los reyes a Cataluña les estrecharía la mano. Tampoco soy favorable a retirar los títulos de "Comtes de Barcelona", de "Prínceps de Girona" u otros porque no como catalán sino como catalanísimo que me siento de todo corazón, es un privilegio que nos honora y que me enorgullece. Y aún así, aunque algunos les parezca extraño, como he dicho al principio, soy más bien republicano. Y como tal, si fuese presidente de la Generalitat hubiese aplaudido la coronación de Felipe VI con la idea de que la sociedad catalana no es de pensamiento uniforme sino plural, representando con mi gesto a todo el conjunto y no solo a un colectivo. Un aplauso de mis manos que para monárquicos y/o no nacionalistas sería decirles que forman parte de la Nación, y para republicanos y/o nacionalistas e independentistas mostrarles una actitud abierta así como la necesidad de ofrecer un gesto de educación y de esperanza al diálogo. En ese sentido, siempre he dicho que en asuntos sobre modelos de estado, en unos hipotéticos referéndums aceptaré y respetaré lo que la mayoría del pueblo español en general y de Cataluña en particular decida, y que como demócrata a ello me adaptaré, llevando siempre conmigo mis propias ideas en el corazón, sin renunciar a ellas.


Mi actitud no responde a una cobardía, al conformismo o a una postura desfavorable a que nada cambie. Al contrario, por ello vuelvo a insistir en que todo es posible partiendo de lo que disponemos, que no es poco. Como catalán y español, soy totalmente favorable a resolver el conflicto político Cataluña-España así como a la reforma de la Constitución española, revisándola y adaptándola periódicamente a las necesidades que traen los nuevos tiempos para permitir la evolución y la modernización.
Ciertamente la monarquía española fue instaurada como última voluntad de Franco, pero este hecho no convierte en franquistas o españolistas a quienes simpatizan con la Monarquía. Si esta institución es buena o mala dependerá del sentimiento personal y subjetivo de cada persona. Sin ir más lejos, uno de los argumentos por los que el presidente Tarradellas convenció a la clase política para el restablecimiento de la Generalitat, es que esta era de origen monárquico, lo cual automáticamente la hacía compatible con el nuevo reinado de Juan Carlos I. Efectivamente, durante la transición española era esta institución monárquica la que representaba y legitimaba a Cataluña, a su ciudadanía, a su gobierno, a su cultura, a sus tradiciones y en definitiva a su historia. A menudo se acusó al "molt honorable" de doblegarse ante la Monarquía y de renegar de sus convicciones republicanas. A mi parecer ello es falso, pues otras opciones para el restablecimiento de la Generalitat hubiesen sido inviables, de modo que su preservación durante tantos años habría sido en vano y una derrota moral muy fuerte. Se trataba de adaptarse a los nuevos tiempos en un momento de miedo, tensión e incertidumbre. El mango de la paella estaba sujetado por quienes acataban la voluntad de Franco, y la opción era el cambio que supondría el restablecimiento de la Monarquía o bien continuar con el viejo régimen. No existían otras vías alternativas como muchos hubiesen deseado. Para muchos la primera opción equivalía a doblegarse por la fuerza, a bajarse los pantalones, pero el sentido positivo decía que era el mal menor y que con la evolución del país se podrían cumplir muchos de los deseos anhelados que bajo la dictadura fueron prohibidos. En definitiva, siempre hay que recurrir al lado bueno de las cosas, aunque estas no sean del gusto personal. No debe olvidarse que una institución como la Generalitat permitió autonomía y autogobierno, siendo un interés general del pueblo catalán que prevalecía sobre los intereses particulares, y de mayor importancia que el debate monarquía-república. Era preferible el entendimiento y la concordia, mostrar que la sociedad catalana era abierta, receptiva, integradora, dialogante, educada y comprensiva, contraria a cualquier gesto que supusiera hostilidad y enfrentamiento. Bajo esa premisa, el mismo Tarradellas aceptó el título de marquesado de Tarradellas, sin por ello renunciar a su sentimiento republicano ni a representar lo poco que quedaba de un bando derrotado.


Bajo los valores de una democracia todo tiene solución, la cual no se halla únicamente cuando no se quiere. Solo las actitudes inflexibles e intransigentes de quienes quieren blindar sus propios intereses, haciendo creer que son la voz de todos como si la pluralidad no existiese, dañan la convivencia entre territorios e imposibilitan acuerdos. Dicen algunos que la coronación de Felipe VI supone una vez más la continuidad de un modelo impuesto desde el franquismo, una postura en parte real pero también una visión derrotista porque impide ver que siempre es posible cambiar y mejorar, incluso hacerlo desde lo que no ha cambiado. En caso contrario, luchar por un país mejor carecería de sentido. Aunque soy más bien republicano, y lo digo por tercera vez, debería plantearse si ciertos anhelos y aspiraciones se lograrían realmente bajo el paraguas de una Tercera República. Las instituciones que representarían el Estado dejarían de ser Reales, pero la división de la sociedad, la perduración del conflicto entre las llamadas "dos Españas", el denominado "problema catalán" y la consulta por la independencia, la crisis económica y financiera de orden mundial así como los casos de corrupción y enriquecimiento personal por parte determinados sectores políticos sería una herencia ineludible e inevitable, porque ciertamente cambiaría la estructura y el modelo de Estado, pero no las personas ni sus gobernantes. Y ese es el asunto en cuestión, no tanto el territorio y las fronteras en sí mismos sino el pensamiento y la acción directa de sus gentes. ¿A quienes beneficiaria entonces esa nueva República? No busco en ello una excusa para no cambiar. Al contrario, solo quiero alertar que cualquier reforma estatal, sea una República, un estado federal, un estado plurinacional o cualquier otra opción debe de tener como máxima prioridad beneficiar al ciudadano, no a los de siempre.


Al nuevo rey Felipe VI solo le pido que contribuya a la renovación de la Monarquía, de modo que esta no sea vista como una institución elitista, alejada del pueblo, conservadora, catolicista e inflexible ante las grandes cuestiones que plantea el Estado. Para ganar prestigio y retornar la confianza a los españoles, es necesario que se muestre cercana, sensible y preocupada por aquello que las gentes demandan; que sea oyente y dialogante; que fomente la pluralidad ideológica, cultural y lingüística como un enriquecimiento, una fortaleza y una oportunidad para todos; que sea abierta a la modernidad y a la evolución de las ideas, los principios, las creencias, la moral y los valores que tengan cabida en una democracia; que contribuya a la interculturalidad como una herramienta eficaz para acercar distancias y eliminar prejuicios; que pueda arbitrar contra las desigualdades, la intolerancia y la corrupción; que ofrezca todos aquellos instrumentos necesarios para potenciar el nivel y la calidad de vida para situar el país a la misma altura de las grandes potencias económicas; y en definitiva, que sea un buen rey, un buen amigo y con su labor haga de esta institución un ejemplo a imitar y un referente mundial.

Fotos: J.C. Cárdenas (El País), Europa Press, ecorepublicano.es, ellahoy.es

3 comentarios:

Canet Bernat dijo...

Malauradament d'en Felip V no en guardem bon record. Esperem que el VI sigui respectuós amb el que decideixi el poble de Catalunya sobre el seu futur, doncs en cas contrari aniran mal dades...

richy dijo...

ricard. Eres una persona correctisima en todos los sentidos. las opiniones nunca coinciden,,pero,la educacion es primordial para una convivencianen armonia

Anónimo dijo...

Aunque me hallo en periodo de practicas en cuanto a este tipo de actividades es mi deseo poner de manifiesto mi apoyo a la mayor parte de lo expuesto por el compañero Ricart.
Saludos cordiales.

Antonio Pascual