martes, 7 de agosto de 2012

Marilyn, “la nina”


Así es como yo de pequeño llamaba a Marilyn Monroe: “la nina” (la muñeca), apodo que solía poner a una mujer o a una chica cuando la encontraba muy guapa, muy hermosa, y estaba en tal súmmum de belleza que no podía serlo más. Ahora se conmemoran los cincuenta años de la muerte de la reina de las muñecas, criatura admirada y venerada y a su vez maltratada e incomprendida. Posiblemente Marilyn es el mito femenino más grande del siglo XX y uno de los más destacados de todos los tiempos. Mucho más que una gran belleza, con la perspectiva del tiempo se aprecian todas sus cualidades como la artista que llegó a ser y terminas por descubrir a una persona con un potencial interior que desgraciadamente Hollywood no fue capaz de aprovechar.
De nombre real Norma Jeane Mortenson (luego bautizada como Norma Jeane Baker), participó en un total de 34 películas estrenadas entre los años 1947 a 1962. En toda su carrera interpretó numerosos papeles cómicos, románticos y dramáticos de los que siempre consiguió salir airosa, aunque se forjó un estereotipo por culpa de los productores y de algunos directores empeñados en estigmatizarla por su gran belleza. Los medios de comunicación y la publicidad ayudaron a dicha imagen de la que ella fue una víctima. Había terminado la II Guerra Mundial y los Estados Unidos empezaban a superar los años de posguerra y a reafirmarse como primera potencia mundial. Hacía falta un aliciente, un mito que alegrara y distrajese a la sociedad norteamericana y les hiciese creer que eran lo mejor del planeta, y así se descubrió la existencia de una criatura con un promedio de belleza superior al resto de mujeres conocidas. La conversión de Norma Jeane en Marilyn Monroe fue, a la vez, la suerte y la desgracia de esta chica. Hollywood fue la bestia feroz que la exprimió hasta el límite de su vida. Su carácter no iba acorde con la dureza y el desparpajo del mundo del espectáculo, de ahí su sufrimiento, sus ansiedades, sus depresiones, su timidez y su inseguridad.


Mi padrino Prudencio, en toda su vida un gran admirador de Marilyn, cuando observaba fotografías de ella, siempre aseguraba que su rostro expresaba una gran inocencia, un fondo angelical a pesar de haber sufrido algunos excesos. Recordaré siempre el modo en cómo la veía y la sentía, y su manera tan especial de explicarlo. Sobre su nacimiento, decía que su belleza se debió a que un ángel pasó volando muy cerca de la Tierra y fue a parar a los Estados Unidos en el momento de nacer Marilyn. En sus 36 años de vida, no creo que ningún hombre en el mundo de los que ella conoció le dijese de corazón las cosas tan bonitas que mi padrino le dijo, ni siquiera sus dos maridos, Joe DiMaggio y Arhur Miller, dos matrimonios que fueron un error de su vida, posiblemente debido a su ingenuidad.
Las interpretaciones de Marilyn tenían con frecuencia un estilo, una dulzura, una sensibilidad, una gracia y a menudo un glamour tan especial que ni las mejores actrices de Hollywood fueron capaces de superar o igualar, de ahí que cualquier imitadora termine ofreciendo una imagen bastante vasta e incluso hortera. Por poner un ejemplo, merece la pena observar la escena en la cual interpreta la canción Diamonds are a girl’s best friend de la película Los caballeros las prefieren rubias, de Howard Hawks (1953) y de la mítica I wanna be loved by you en Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder (1959). Posiblemente otras grandes actrices del momento hubiesen podido hacerlas muy bien, pero jamás se habrían acercado a transmitir aquellas sensaciones inefables que produjo Marilyn.


Un papel muy interesante de su carrera y que llama la atención es el de niñera perturbada en el filme de Roy Ward Baker titulado Niebla en el alma (1952), donde la actriz logró cambiar de registro intentando escapar (con éxito) de ese citado estereotipo, y se demostraron sobradamente sus cualidades interpretativas. Su última película que nunca se llegó a estrenar, Something's Got to Give, de George Cukor (1962), está inacabada, aunque tuve el placer de ver en vídeo un montaje especial de todo lo que se llegó a rodar, alrededor de unos 20 minutos. El poco metraje existente era tan atractivo que resultó una auténtica lástima la interrupción de la que habría sido una magnífica película.
El hecho de haber sido una artista única e irrepetible en su estilo, generó muchas envidias que derivaron a comentarios irracionales y a inventar falsas historias con el propósito de desprestigiarla o de derrumbar el mito creado. Así, injurias tales como que era fea, estaba gorda, se hizo la cirugía estética, era tonta, era mala actriz, estaba muy limitada y participó en películas porno son algunas de las muchas sartas de mentiras venenosas a menudo lanzadas, algunas de ellas incluso en la actualidad.
En el verano del año 1997, mi hermano Tomás y yo fuimos de viaje a Los Ángeles y tuvimos el placer de visitar el cementerio Westwood Village Memorial Park donde se encuentra enterrada Marilyn. En la lápida del nicho se podían apreciar los besos dejados en carmín de lápiz de labios por sus incondicionales. Mi padrino nos pidió que colocáramos allí mismo en su tumba una tarjeta donde decía “Marilyn, els àngels no es moren mai. Sempre et portaré a dins del meu cor. T’estimo. Prudenci”.


Medio siglo de un mito que será recordado para siempre en la posteridad, y de la que merece un especial reconocimiento por su labor como actriz al haber creado un estilo extremadamente personal, único, inimitable e irrepetible más allá del sex-symbol. Todos recordamos la imagen de esa rubia espectacular cuyas faldas se levantaron por el aire del respiradero del metro de Nueva York en La tentación vive arriba, de Billy Wilder (1955). Pero también existió una Marilyn sin maquillar, sin aquel cabello rubio y sin los labios pintados, más natural, con aspecto más juvenil acorde con su edad, tal y como era en verdad, que yo y mi madre siempre reivindicamos, sin artificios, como hubiese merecido aparecer.
Para siempre, Marilyn, “la nina”.

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