jueves, 17 de mayo de 2012

Una valoración personal del libro LA CIUDAD QUE FUE. BARCELONA AÑOS 70, de Federico Jiménez Losantos


Dada la fama que tiene en Cataluña el periodista Federico Jiménez Losantos seguro que a muchos les va a doler lo que voy a decir, pero un libro suyo ha sido la semilla de mi fascinación por la Barcelona de los años setenta y la causa de mi reconversión en un tarradellista empedernido. Me refiero a “La ciudad que fue. Barcelona años 70”. Debo confesar que inevitablemente y sin que yo me lo haya buscado a propósito, el citado libro ha influido decisivamente en la renovación de mi pensamiento político y cultural como jamás lo hubiese creído. Hace poco más de tres años, un cordial amigo mío que se había comprado el libro, después de habérselo leído nos lo ofreció a mí y a mi hermano por si queríamos echarle un vistazo. En un principio a modo de curiosidad lo ojeé con una actitud bastante escéptica porque no me esperaba absolutamente nada bueno, pero al observar que trataba sobre una época relativamente reciente de Barcelona que apenas conocí porque era muy pequeño y teniendo en cuenta que me gusta leer libros sobre mi ciudad, me aventuré a leerlo aunque solo fuese por el cachondeo. De hecho, incluso llegué a pensar que antes de llegar a la mitad del libro me aburriría y abandonaría su lectura por si se trataba de un vulgar y ofensivo panfleto anticatalán. Por cierto, debo detallar que mi amigo por razones de seguridad me lo entregó sin las cubiertas de las tapas para que así lo pudiéramos leer tranquilamente en el autobús o en el metro sin que nadie se diese cuenta y evitar así cualquier posible intimidación verbal o expresiva. No se trata exactamente de una autobiografía sino que comprende el período en el cual estuvo viviendo en la capital catalana, llegando a la misma en el año 1971 (justo el de mi nacimiento) para estudiar la especialidad de filología española en la Universidad de Barcelona. Aposentado en la ciudad (llegando, por cierto, a vivir casi al lado de mi casa, delante del desaparecido Canódromo Meridiana), desarrolló una cultivada producción cultural estudiando psicoanálisis con Óscar Massota, siendo uno de los fundadores de la Biblioteca Freudiana de Barcelona y de la universitaria Revista de Literatura, y fundando y dirigiendo junto con Alberto Cardín la revista de pensamiento sobre política, filosofía, literatura y psicoanálisis Diwan. El entusiasmo con el que se muestra la década de los setenta se aleja completamente de ese Jiménez Losantos tan radical y agresivo al que estamos acostumbrados a escuchar en la cadena Cope y en el canal Intereconomía. Eso fue una particularidad que me llamó la atención y me motivó, aunque no las tenía todas, a continuar con el libro para ver hasta dónde llegaría.


Tal vez alcanzando un nivel que para muchos rebasaría la idolatría y la idealización, la primera parte del libro narra la existencia de una Barcelona de la libertad abierta e integradora capaz de acoger a jóvenes prodigios y artistas de toda España en busca de una oportunidad que los catapultara hacia su meta. Se habla de una Barcelona cosmopolita, capital de la cultura y la literatura hispánica catalana y castellana que todavía conservaba todos aquellos elementos que la hacían auténtica, con una fuerte eclosión cultural en los ámbitos de la música, la literatura, el cine y el teatro, el desarrollo de los movimientos de vanguardia, la cultura underground y el desencadenamiento del movimiento gay y feminista. Se hace referencia a la mayoría de los personajes que se dieron a conocer durante aquella década y que se congregaron en la ciudad, como Teresa Gimpera, Joan Manuel Serrat, Maria del Mar Bonet, Núria Espert, Terenci Moix, el grupo teatral “Els Joglars”, Maruja Torres, Àngel Casas, Joan de Sagarra, Vázquez Montalbán, Juan Marsé, los hermanos Goytisolo, Jaume Sisa, Nazario, Ocaña, Serena Vergano, José Antonio Labordeta, Vargas Llosa, García Márquez, José Manuel Broto, Antonio Maenza y muchos otros de una larga lista. En el ámbito político, se destaca la importancia de la llegada del exilio de Josep Tarradellas, visto como un presidente de la Generalitat dispuesto a forjar una política nacional catalana de entendimiento con el resto de España, de conciliación y de concordia entre catalanes y no catalanes, frente a lo que el autor ve como un paralelo auge de fuerzas nacionalistas conspiradoras dispuestas a implantar una política de discordia y de exclusión.


La segunda parte del libro se centra en aspectos más políticos que la anterior y narra como Barcelona pierde fuelle cultural en favor de una pujante Madrid nada más finalizar la década de los setenta y a lo largo de la década siguiente, en la que Jordi Pujol se sitúa al frente de la Generalitat. El autor pretende así establecer un contraste emocional entre la alegría, la ilusión y la esperanza de los setenta y la decepción de los ochenta. Tarradellas, muy crítico con la política pujolista a la que llamaba “dictadura blanca” se encuentra muy presente en diversas ocasiones, hecho que demuestra la reivindicación por parte del autor de este personaje tan olvidado en la actualidad. Jiménez Losantos abandona Barcelona y a través de la publicación de escritos en la prensa adopta una actitud muy beligerante contra el nacionalismo catalán, llegando a participar junto con otros intelectuales en el llamado “Manifiesto de los 2300” a favor del bilingüismo en Cataluña. En su propia defensa niega su anticatalanidad asegurando que los medios de comunicación nacionalistas hicieron una campaña de tergiversación y manipulación de sus declaraciones para convertirlo en un enemigo público de Cataluña. Incluso llega a proclamar su reiterada defensa de la lengua y la cultura catalanas durante los años del franquismo cuando muchos nacionalistas por aquél entonces no hicieron absolutamente nada para defenderlas sino que vivieron como burgueses bajo el régimen de Franco. El último capítulo trata sobre el atentado que padeció a manos del grupo terrorista Terra Lliure, punto de partida de la transformación psicológica del periodista que nos ha llegado hasta nuestros días.


Finalmente, la lucha de intelectuales contra el nacionalismo catalán conforma la tercera y última parte, donde el autor quiere demostrar las dificultades existentes de desarrollarse culturalmente en Cataluña si no se tiene sintonía hacia las políticas nacionalistas, las cuales son vistas como las responsables de ejercer cada vez más presión hostil hacia todo aquello que tiene aroma a castellano o a español. Haciendo alusión nuevamente a Tarradellas y sus críticas al pujolismo, se ofrece una imagen del veterano estadista de visionario sobre lo que se avecinaba en Cataluña para los próximos años, terminado en una división de la sociedad y en un divorcio casi irreversible con el resto de España. Como si se tratara de un aliento de esperanza donde Jiménez Losantos asegura revivir los buenos tiempos pasados de su juventud, hace cita ineludible a la presentación en el teatro Tívoli de Barcelona del nuevo partido no nacionalista Ciutadans liderado por Albert Rivera. Un anexo enumera todos los atentados perpetrados por Terra Lliure, resume los puntos principales de su libro “Lo que queda de España” escrito en 1979 y hace una proclama a la necesidad de un estado liberal.


Al terminar de leer el libro tuve una ligera e inexplicable euforia interior que me llevó a documentarme acerca de la Barcelona canalla, golfa, gamberra y picante de la década de los setenta, una ciudad todavía urbanísticamente gris pendiente de una profunda modernización, con edificios históricos sin restaurar, un ayuntamiento lleno de deudas, déficits en equipamientos sociales varios y barrios marginales donde las bandas juveniles estaban de moda. Sin embargo, a pesar de estas deficiencias, en el ámbito cultural la situación era proporcionalmente mejor. Si la transformación para los Juegos Olímpicos de 1992 y la restitución de la lengua y la cultura catalanas se hubiese producido respetando y manteniendo las manifestaciones surgidas durante aquella década, no hay duda de que en la actualidad Barcelona sería en estos momentos una de las grandes capitales culturales de Europa, fábrica de artistas, incluso por delante de varias capitales de estado. Otra reacción como resultado de haber leído este libro fue el deseo de documentarme más acerca de Josep Tarradellas porque anteriormente al libro de Jiménez Losantos no sabía casi nada de él, salvo lo que se me había enseñado en la escuela y había visto en la televisión. Así, el siguiente libro fue "Ja sóc aquí. Record d’un retorn", que lo adquirí de segunda mano en una librería de viejo. Esta autobiografía publicada en 1989 me fascinó de tal manera que a continuación me empapé de todos los libros, artículos, documentales y publicaciones relativas a Tarradellas, del cual creo haber aprendido mucho en cuanto a política se refiere. Desde entonces soy tarradellista y no me arrepiento de ello aunque forme parte de una minoría en Cataluña.


“La ciudad que fue. Barcelona años 70” es una obra interesante de lectura recomendada tanto para defensores como para detractores de Jiménez Losantos, tanto para nacionalistas como para no-nacionalistas, como un referente de peso para poder cultivar argumentos a favor o en contra de lo narrado. Siempre he dicho que acostumbro a leer y a escuchar a aquellos políticos con los que discrepo, y lo hago precisamente porque no estoy de acuerdo con sus ideas y así luego puedo disponer de argumentos más sólidos para rebatir sus tesis o bien para rendirme ante mis errores. En caso contrario, se juzga ciegamente y superficialmente sin conocer bien al detractor mediante réplicas irracionales. Es por ello que, como he señalado antes, recomiendo la lectura de este libro a aquellos quienes detesten la figura de Jiménez Losantos y se proclamen nacionalistas acérrimos, aunque pueda parecer contradictorio. Indispensable si se quiere conocer aunque sea a grandes rasgos la Barcelona de la década de los setenta y el pensamiento político de Josep Tarradellas. Un trabajo hecho con entusiasmo y sentimentalismo del cual admito compartir muchas de las cosas que dice, aunque discrepo en algunas ocasiones en el cómo lo dice, pues a pesar de la pretendida objetividad del libro está lleno de juicios de valor encaminados a transmitir unos determinados sentimientos. Evitando caer en esa tentación, es preferible quedarse solo con la esencia de las ideas.

6 comentarios:

Jordi Marí dijo...

Suscribo todos tus enunciados; gracias por tan atinada reflexión.

(Un mayúsculo abrazo).

Eastriver dijo...

Me parece encantadora la añoranza por una Catalunya de los 70 en que, ay, sin embargo, el catalán seguía prohibido. Muy modernos, muy cosmopolitas, pero ibas al ayuntamiento y decías bon dia tingui y te contestaban que les hablaras en cristiano. Sí, es cierto, para ciertas personas eso era síntoma de cosmopolitismo: lo modernos que éramos, que hablábamos todos en castellano (yo mismo, catalano parlante familiar, tuve mi primer encuentro con el catalán escrito cuando ya debía tener diez o doce años...). Hay cosas que son perversas, y defender desde el punto de vista de la modernidad y el empuje cultural una ciudad que no era libre para expresarse en la lengua que deseara me parece sencillamente perverso.

Yo, que como digo, soy catalanoparlante, estudié filología española, cosa que por cierto al revés hubiera sido impensable en los años 70. Y lo del bilingüismo mucho cuento: frecuenté el foro Babel, que sabrás lo que era, porque yo siempre he defendido el bilingüismo, que teóricamente quiere decir hablar y usar las dos lenguas, cosa que yo sí hago. Dejé de ir porque un día me di cuenta que el único bilingüe ahí era yo, que tengo el catalán por lengua primera. Ninguno que tuviera la lengua castellana por lengua primera y que luchara enconadamente por el bilingüismo, a ninguno repito, le oí nunca ni media palabra en catalán. Sí, los bilingües solemos ser los catalanoparlantes, no me dirás que no, que vamos cambiando de lengua... Y la mayoría que defiende el bilingüismo lo que defiende en realidad es el uso del castellano en Catalunya: también yo lo defiendo. Desde la escuela. Soy profe de castellano. O sea, que soy bilingüe. Yo sí. Y la mayoría que lo dice creo que no lo es, o yo no lo he observado.

Y claro, ahora los males de Catalunya son culpa de este independentismo tan raro que nos ha dado, qué cosas, hay que ver.

Que Madrid evolucione siempre me ha parecido genial: si algún día tiene un parón económico jamás seré tan inclemente de decir que es debido a que cometen la estupidez de defender lo suyo. Que es ni más ni menos que lo que hacemos los catalanes, a pesar de Jiménez Losantos y otros. Y a pesar de que encima, nos llamen provincianos (que por cierto, ya se nos decía en otras épocas).

Lo que no me parece bien es que uno tenga que esconder lo que lee: me alegro de vivir en un país libre donde todo el mundo pueda leer lo que le dé la gana. Y manifestarlo luego, siempre que sea con respeto.

Saludos.

Ricard Fernández i Valentí dijo...

Hola Eastriver:
Grácias por tu aportación. Puntualizarte que mi añoranza de los años 70 es, por supuesto, solo en las partes buenas. El franquismo, la prohibición del catalán y la represión de manifestaciones era lo malo. Lo que yo abogo actualmente es el empuje cultural y el cosmopolitismo de los 70 pero naturalmente con la diferencia del catalán completamente normalizado y Barcelona modernizada, tal y como cito en un momento del artículo. Nunca defendería un fomento cultural en detrimento de la lengua catalana y la cultura en catalán, porque ese es nuestro patrimonio y nuestro enriquecimiento como pueblo.
En relación al Foro Babel y similares (Convivencia Cívica Catalana, Asociación por la Tolerancia, etc), está claro que de bilingüistas no tienen nada de nada, pues en realidad muchos de ellos son bi-monolingüistas, es decir, parece que quieran que quienes son de fuera de Cataluña vivan igual que en su tierra sin integrarse, y eso sería inadmisible. Nunca he creído en esos que se hacen llamar "bilingüistas". Tu y yo sí que somos bilingüistas reales porque no queremos que nadie viva de espaldas a la realidad catalana.
En cuanto al tema identitario, creo que Jiménez Losantos exagera. Parece como si todos los males de Cataluña procedan exclusivamente del nacionalismo y del independentismo, y eso no es así. En realidad existen otros problemas mucho más importantes ajenos al tema identitario. Tampoco creo que los territorios gobernados por gobiernos no nacionalistas sean tan idílicos como nos quieren hacer creer.
Bueno, espero haber aclarado lo del cosmopolitismo y el empuje cultural que, insisto, evocando el espíritu de los 70 pero con la diferencia de que la lengua y la cultura catalanas tengan una posición de primer orden. Por cierto, los verdaderos provincianos son quienes así nos llaman, pues Cataluña es la región más cosmopolita y de mayor proyección mundial de toda España ¿Quienes son realmente los cerrados?.
Saludos.

Eastriver dijo...

Ricard, contigo estoy muchísimo más de acuerdo que con Jiménez Losantos, dónde vas a parar, jaja. Es cierto, igual en algo de matiz podríamos no estar de acuerdo pero en general lo estamos, por lo que veo. Y si no lo estamos en algo por lo menos somos lo suficientemente respetuosos como para ser capaces de llegar a un punto medio.

Una abraçada.

Ricard Fernández i Valentí dijo...

Jordi, gràcies per la teva sinceritat. Igualment una abraçada.

Eastriver, sempre arribem a un punt mig on ens acabem entenent. És bo que cadascún ofereixi el seu punt de vista diferent per contrastar. Una abraçada

Oriol Güell dijo...

Hola!

Ricard t'agraeixo la sinceritat amb què exposes els teus arguments. L'encertes, crec, del tot quan vols conèixer els arguments d'aquells amb qui no estàs d'acord i, si em permets, això t'honora.

Em fa l'efecte però, que volent ser tan acurat en l'anàlisi i tan meticulós en els detalls, perdem la visió de conjunt de què falla a Barcelona i, per extensió, a Catalunya.

Tal com ho veig, l'arrel del problema es troba en la dependència catalana d'un poder hostil encarnat en les elits estatals, que han establert una relació de poder colonial amb les elits catalanes. Tot el debat sobre el progrés nacional i social català es troba condicionat per aquesta estructura de dependència colonial. I la resta és subsidiària.

Estic per la independència de Catalunya, per trencar el domini heretat del franquisme d'uns poders establerts a Espanya i a Catalunya. I estic, sobretot, per la concòrdia, per preservar la unió al voltant dels valors de la democràcia que els ciutadans i ciutadanes d'aquest país hem sabut bastir amb respecte entre nosaltres i amb voluntat que el país que lleguem als nostres fills i filles sigui millor.