miércoles, 14 de marzo de 2012

El 22@: donde la ciudad cambia su nombre

            Procedència: El Periódico de Catalunya

Nada ha terminado, y ahora volvemos a empezar. La historia se repite porque no aprendemos de los errores del pasado. Preferimos eludir que una vez se vivieron malos tiempos como si esto careciera de importancia. Es más fácil olvidar que recordar, como si recordar el pasado significara reabrir viejas heridas (que en verdad nunca se han cerrado). Sin embargo, la realidad es la que es y ahora ya no existen motivos para esconderla, embellecerla o disfrazarla. Algo falla en este sistema donde se supone que todo el mundo debería disponer de las mismas oportunidades, y más grave todavía, cuando la que falla es una democracia que proclama los mismos derechos para todo el mundo cuando desequilibrios y desigualdades sociales están al orden del día. Quienes creían que determinados fenómenos del pasado no volverían a repetirse porque se debieron a unas circunstancias coyunturales de una época determinada que en la actualidad no existen, no tuvieron en cuenta que dichos fenómenos no los provocan solo unos únicos hechos y situaciones, sino que pueden existir otras razones que también los pueden originar. Y eso es exactamente lo que ha pasado en el presente siglo XXI, motivo por el cual ha rebrotado el fenómeno del barraquismo.

                Procedència: Gerard Girbes Berges

El nuevo barraquismo del siglo XXI no es comparable al del siglo XX, pero en algunos aspectos puede resultar peor con el agravio de volver a cometer los mismos errores. En el barrio del Poblenou, concretamente en el sector conocido como Distrito 22@ conviven la riqueza y la pobreza extrema. Entre nuevos bloques de viviendas y singulares obras arquitectónicas diseñadas por arquitectos de prestigio destinadas a acoger empresas de nuevas tecnologías, se han alzado barracas en solares pendientes de edificación, de propiedad privada, donde se preveían modernos edificios destinados a formar parte del proyecto estrella municipal. Sin embargo, ahora, a la moderna y renovada Barcelona se le ven las vergüenzas. Las nuevas barracas ya no se erigen en barrios pobres o espacios marginales, sino en zonas de elevado desarrollo económico como es el 22@. Observamos el fuerte contraste entre riqueza y pobreza como sucede en algunas ciudades norteamericanas, donde ambos polos se encuentran solo a una esquina de la calle de separación. El Ayuntamiento no puede expulsarlos porque al hallarse en terrenos privados deben ser los propietarios los encargados de denunciarlos. Una vez más, la solución al barraquismo es expulsar a quienes más padecen la miseria en una crisis económica ascendente. El perfil mayoritario del nuevo barraquista es de una persona inmigrante que no puede vivir dignamente en una vivienda porque no dispone de recursos económicos para pagarse ese derecho a techo, puesto que no trabaja y además tampoco cobran una prestación por desempleo. Una situación peor que la los barraquistas del período franquista, que al menos podían trabajar e ingresar dinero para subsistir, y no pudieron vivir en pisos dignos porque la oferta de vivienda era insuficiente. Los del siglo XXI deben de arreglárselas buscando en los contenedores de la basura material reciclable o aprovechable para vender y asegurarse el sustento para sobrevivir. Barcelona tiene alrededor de cien mil pisos vacíos, es decir, no faltan viviendas, pero mientras crece el número de pisos deshabitados los desahuciados y los barraquistas van en aumento día tras día. Gente en la calle y viviendas deshabitadas, cuando el problema del barraquismo se podría terminar mañana mismo mediante el establecimiento de un gran pacto social-administraciones-inmobiliarias. ¿Adónde vas, Barcelona? ¿Dónde está esa “Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres…” que tan magistralmente evocó Miguel de Cervantes?


Es gente que lo tiene todo en contra: inmigrantes, pobres, desempleados, algunos sin papeles, algunos enfermos, y además barraquistas. Algunos de ellos también son autóctonos de nuestro país, no lo olvidemos, y ello no es más que un aviso de hacia dónde podríamos a ir a parar. La crueldad humana no tiene límites, puesto que quien no lo vive no se puede ni imaginar el fuerte golpe a la moral de alguien que ha emigrado de su país para huir de la miseria y hallar la prosperidad, cuyas esperanzas e ilusiones se convierten en una profunda decepción. El dolor en el alma al ver que todos los esfuerzos han sido en balde no se puede explicar con palabras. Además, una parte de la población los ignorará y los repudiará como si su situación fuese un delito o por su culpa como si ellos se lo hubiesen buscado. Una parte de la población los verá como una comunidad sin derechos e incluso que no debería de existir, con la absoluta convicción de que si se largaran todos a sus países de origen el problema ya no existiría. Sin embargo, son un producto nacido del mal funcionamiento de nuestros países desarrollados, de nuestras democracias occidentales y de nuestro (flamante) sistema económico. De todo ello nos damos cuenta pero nos avergüenza admitir que nos hemos equivocado y que el mundo ha evolucionado hacia un camino erróneo que debemos corregir. Todos somos en parte responsables pero no nos queremos responsabilizar, y muchos prefieren creer que el problema son ellos y no el sistema que hasta hace pocos años parecía que a todos nos iba tan bien. Mientras se fabrican necesidades artificiales para que se siga consumiendo, para acceder a las necesidades reales nos encontramos cada vez más trabas. Ahora más que nunca está vigente aquella frase de Malcom X que nos alertaba del peligro de que los medios de comunicación nos hiciesen amar al opresor y odiar al oprimido.


Aunque respeto pero no comparto la forma de vida de los movimientos antisistema, antiglobalización, alternativo y “okupa” porque estoy acomodado al sistema de vida capitalista, en vistas de las actuales circunstancias de crisis económica no encuentro razones para oponerme a ellos, para desacreditarlos, criminalizarlos o incluso para no incitar a la “okupación” de pisos deshabitados. ¿Por qué criticar u oponerse al capitalismo y apostar por una nueva forma de vida se tacha siempre de demagogia? Barcelona no debe volver a caer en los mismos errores del pasado, pretendiendo erradicar el barraquismo mediante la represión y la expulsión de los barraquistas solo para tapar las vergüenzas de la ciudad y ofrecer de cara al mundo y al turismo una imagen bella y amable. Terminar con el fenómeno del barraquismo no es una cuestión de mejorar la estética urbana sino de justicia social, algo que nos involucra a todos porque potencialmente estamos expuestos al riesgo de perderlo todo. La historia del barraquista del siglo XXI es proporcionalmente más triste que la del barraquista de antaño, pues ahora no se vislumbra el final del túnel, solo un futuro incierto de duración indefinida en una Barcelona que ya no es pobre y deficitaria, sino próspera y moderna pero no tan accesible como parece. Esperemos que el 22@ no se convierta, como nos decía el título de una novela de Francisco Candel, “donde la ciudad cambia su nombre, allá donde la ciudad deja de ser ciudad para convertirse en tierra de desheredados”.


                       Procedència: Joan Puig (El Periódico de Catalunya)

2 comentarios:

Júlia dijo...

Bueno, don Quijote también se da cuenta de que llega a Barcelona por los muchos bandoleros colgados de los árboles que encuentra por el camino...

Ricard Fernández i Valentí dijo...

¡Uy! Y en aquellos tiempos bandoleros y otras cosas que habían