lunes, 16 de enero de 2012

El último baño de Don Manuel



Ni soy franquista, ni de extrema derecha ni españolista. Pero igualmente permítanme que me atreva a hacer algunas reflexiones sobre la figura de Don Manuel Fraga Iribarne por la importancia que ha tenido dentro de la historia contemporánea de la España del siglo XX. No es intención alguna magnificarlo ni hacer una valoración positiva de su trayectoria, pero tampoco lo contrario porque caería en una fácil imprudencia. Al fallecer personajes de esta magnitud, tan complejos y polémicos, siempre resulta complicado, delicado y embarazoso expresar claramente y libremente qué opinión personal se merece sin riesgo a una metedura de pata. El problema de ello reside en la enorme relatividad de lo que se puede entender por bueno o por malo. Su trayectoria global dificulta adoptar una postura imparcial que satisfaga a todo el mundo. No debería de ser este mi propósito, pues siempre habrá quien se ofenderá, franquista o antifranquista.
Personaje político, muy controvertido, imposible que deje indiferente, generó tanto pasiones como odios. Con su fallecimiento, desaparece alguien que todavía formó parte de esa generación de políticos de profesión, es decir, de conciencia y vocación, con unas sólidas convicciones que fue capaz de mantener hasta el último aliento de su vida y con una importante y destacada componente intelectual. Y ello es perfectamente reconocible aunque no se compartan sus idearios políticos, rancios y reaccionarios, porque su gran potencial y capacidad es algo objetivo y demostrable. Merece recordarse como en una ocasión el desaparecido alcalde socialista de la ciudad de Madrid don Enrique Tierno Galván le alabó afirmando que la cátedra de derecho político la ganó muy merecidamente. No voy a negar que desde sus inicios fuera un joven prodigioso y talentoso. En librerías de viejo he llegado a ojear algunos de sus libros publicados, y sorprende su magnífica calidad literaria, especialmente si se tiene una idea preconcebida y equivocada fomentada por programas de humor y algunos medios de comunicación. Nadie puede, o mejor dicho, nadie debe acusarle de ignorante, porque sin duda alguna ha sido un hombre muy inteligente, culto y de gran nivel que, vuelvo a insistir, formó parte de las antiguas generaciones de políticos de profesión y no de oficio, herederos estos segundos del modelo lerrouxista.


Para la historia de España será recordado como un importante estadista del siglo XX con independencia de su fidelidad hacia el franquismo y de sus declaraciones a menudo desafortunadas. Bajo el régimen franquista, como ministro de Información y Turismo, expresó claramente su postura reformista frente a la inmovilista, abogando por las reformas institucionales, económicas y sociales como medida de adaptación a los nuevos tiempos. Su fomento del turismo fue clave para vender una imagen de aperturismo, de bienestar social, de crecimiento económico y de paz. Y es que si en algo destacó durante sus años de plenitud, fue como un publicista del régimen franquista, logrando ofrecer una visión tranquilizadora y de estabilidad, no solo en el extranjero sino también dentro de España, destinada a distraer las miradas de los incidentes propios de los regimenes autoritarios. Sin embargo, no se quedó exento, como todo político, de cometer errores, especialmente como ministro portavoz del Gobierno ante los numerosos casos de detenciones y ejecuciones de presos políticos, y como responsable de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966, viviéndose igualmente casos de censura de artículos, secuestros de publicaciones e inestabilidad política entre aperturistas e inmovilistas, que enseguida nublaron la pretendida imagen de tolerancia del franquismo.
Tras la muerte de Franco y durante los años de la transición hasta la actual democracia, Manuel Fraga se convirtió en el gran icono del llamado franquismo sociológico que todavía hoy pervive en una parte de la sociedad española. Ese fue uno de sus grandes triunfos, es decir, aceptar la instauración de un sistema democrático a cambio de hacer perdurar una forma de vida y unas determinadas pautas de comportamiento propias del régimen de manera normalizada incluso con indiferencia de la ideología política.


Aun no habiendo sido nacionalista gallego, pero tampoco antinacionalista porque fue sin duda alguna un nacionalista español, supo vender una imagen de profuso amor hacia Galicia, su tierra natal, sin necesidad de postular aspiraciones soberanistas. De ahí su popular éxito que lo llevó a estar quince años en la presidencia de la Xunta, sumado a su capacidad y carisma para atraer y seducir a las masas, como sucedió con el caso de Jordi Pujol en Cataluña o de Felipe González en el gobierno central. A pesar de sus críticas hacia las políticas nacionalistas catalana y vasca, su mandato, que fomentó notablemente el autonomismo gallego hasta cotas de autogobierno similares a las alcanzadas por Cataluña y Euskadi, no estuvo exento de connotaciones galleguistas y de un destacado fomento de la lengua y la cultura gallegas que nadie de su partido criticó. Esa fue una excelente jugada que permitió anular el ascenso de los partidos nacionalistas.
Uno de los padres de la Constitución Española de 1978 y fundador de Alianza Popular en 1976, luego refundado como Partido Popular, denotó a lo largo de su vida una actitud de adaptación a los nuevos tiempos aunque sin renunciar a su pasado franquista del cual jamás se arrepintió. En este sentido, de talante muy orgulloso, tampoco renegó de su labor ni de su forma de actuar ante los episodios más oscuros de su trayectoria política. Si bien en eso fue inflexible e intransigente, por el contrario no lo fue en ir aceptando diferentes aspectos propios de la democracia como evolución de su pensamiento. A pesar de su inicial reticencia al modelo autonómico, fue convencido por Tarradellas para que Cataluña tuviese su propia autonomía.
Sobre las reacciones de los diferentes representantes políticos ante su muerte, respeto las opiniones de todos y cada uno de ellos, pero permítanme que me quede con las declaraciones de Santiago Carrillo, quien ha calificado a Manuel Fraga como un hombre de talento, capaz de adaptarse a los tiempos, muy de derechas, muy autoritario y muy empecinado en sus ideas y actitudes, que desempeñó un papel muy positivo en la aprobación de la Constitución.


Su célebre chapuzón en la playa de Palomares simbolizó la hipocresía de un régimen llamado a terminar. Desde ahora en adelante será la historia quien lo juzgará. Llegó para Don Manuel su último baño.

3 comentarios:

Tomás Serrano dijo...

Yo también creo que Fraga representa el tipo de político que ahora no existe. Personalidad no parece que le faltara.
Por cierto, me llama la atención el comienzo de tu entrada: "ni soy franquista, ni de extrema derecha, ni españolista". Me pregunto por qué tenemos que andar diciendo lo que somos o no somos antes de opinar sobre algo o alguien. Por las veces que he entrado en el blog, está claro que no eres de la extrema derecha, pero tampoco de la extrema izquierda, ni nacionalista, ni... ¿Hay cierto temor a que alguien diga "éste habla de Fraga, y no lo pone mal, lugo debe de ser un facha"? Deberíamos empezar por asumir que tenemos toda la libertad para decir lo que nos dé la gana y, como diría el personaje al que dedicas el post, notengomásquedecir.

Ricard Fernández i Valentí dijo...

Hola Tomás:
Grácias por tus comentarios. Ciertamente, admito que al principio del artículo me puse a la defensiva y no era necesario. A pesar de que hoy día está de moda etiquetar a la gente en base a lo que uno piensa, es cierto como tu dices que debe asumirse que tenemos esa libertad de expresión. Saludos y un abrazo.

DANY dijo...

Moltesw gracies per l article.
Esta molt ben fet.