sábado, 18 de abril de 2009

En Madrid, los pajaritos siempre cantan

Efectivamente, por las calles de Madrid se escuchan constantemente los cantos de los pajaritos, al menos los de los semáforos adaptados para invidentes. Este y muchos otros detalles se pueden encontrar en una gran ciudad que, como dicen quienes la han visitado, no te la acabas.
En realidad, muy poco puedo decir de la capital del imperio habiendo estado solamente tres días (uno de ellos en Toledo), pero he procurado aprovecharlos lo máximo para intentar sacar las mejores impresiones posibles. Agradezco de todo corazón la paciencia y hospitalidad de Elena por acogernos en su casa a mí, a mi hermano Tomás y a nuestro amigo Juan Antonio.
Madrid es, en términos generales, una ciudad muy diferente a Barcelona, con un modelo tanto urbanístico como de desarrollo y unas funciones (de capital de estado) que nada la asemejan a la capital catalana, con lo cual es preferible no establecer comparaciones o intentar competir. La grandeza, la monumentalidad y la heterogeneidad serían las tres características que la definirían. Grandeza por sus altos edificios y por sus largas y anchas avenidas, por su extensión urbana, y por la sensación que ofrece de capital de estado; monumentalidad porque los edificios del centro histórico y administrativo son bellos, imponentes y majestuosos, y porque las esculturas y monumentos dedicados a hechos históricos y personajes insignes son presentes por muchas calles, como si de unos guardianes de piedra de la ciudad se trataran; y variedad tanto por la grandísima oferta de servicios, ocio y cultura que convierten Madrid en una ciudad donde el aburrimiento no tiene ninguna cabida, como por la presencia de personas de todas clases, razas y cataduras.



A diferencia de Barcelona, presenta una estructura urbana irregular típica de los cascos antiguos, pero ordenada, lo que permite una buena movilidad interna. Se trata de un modelo con crecimiento ilimitado en forma de mancha de aceite similar al de ciudades sin mar como París y Londres. Las calles, paseos y avenidas, pese a la amplitud de sus aceras arboladas, tienen unas calzadas para coches excesivamente anchas, de ahí los célebres problemas del caótico tránsito de automóviles que mucha gente me asegura. Tal vez se debería tomar en consideración el modelo barcelonés de aceras amplias con carriles-bici para pacificar un poco las calles, sin que ello suponga la supresión masiva de aparcamientos. Sin embargo, son cada vez más presentes las calles y plazas peatonales, especialmente en núcleos antiguos. La red de autobuses y de metro es excelente por el número de líneas y la cobertura territorial, permitiendo desplazarse a cualquier punto de la ciudad.
El grandioso centro histórico y de servicios conserva erigidos magníficos y señoriales edificios antiguos y palacetes que albergan los diferentes Ministerios estatales y grandes museos. En eso se aprecia la capitalidad de la ciudad. La mayoría de edificios antiguos, tanto mayores como menores, han sido rehabilitados, y es muy fácil encontrar de pronto aquellos donde personajes ilustres de la historia de España llegaron a hospedarse o a vivir, gracias a unas placas que así lo indican. El fomento por la memoria histórica es algo palpable en las calles, pues aparte de la conservación de dichos edificios y la presencia de numerosas estatuas como antes he indicado, por los suelos de las aceras se han colocado muchas inscripciones de fragmentos literarios de poetas y escritores españoles, así como explicaciones acerca del por qué de los nombres de las calles. Todo ello ofrece la posibilidad de trazar diferentes rutas urbanas de carácter cultural que pueden ser muy didácticas para todos.


La oferta cultural es vastísima y envidiable. Grandes museos como El Prado y el Thiessen, galerías de arte que exponen desde las corrientes más clásicas hasta las más vanguardistas pasando por todos los movimientos que ha habido a lo largo de estos siglos, y numerosos cines y teatros ponen el saber al abasto de la ciudadanía o de cualquier persona.
La oferta de ocio es variadísima. Francamente, quien se aburre en Madrid es porque quiere. Por ejemplo, en una sola calle hay un restaurante ubicado justo al lado de otro, aparte de locales musicales que van desde tablaos hasta discotecas pasando por salas de jazz. En definitiva, locales para todos los gustos y tendencias conviven en armonía. Afortunadamente, predominan los locales históricos con decoración antigua y techos con vigas de madera, algunos de ellos dedicados a la tauromaquia, donde las cabezas de toros con una inscripción que identifica al animal y qué torero lo mató cuelgan decorando las paredes. Un ambiente puramente español, la verdad. Las entradas de muchos restaurantes están decoradas con preciosos azulejos y mosaicos que han perdurado hasta nuestros días. A pesar de la existencia de modernos locales de diseño, estos son más secundarios.
La oferta gastronómica es muy variada, siendo especialmente unos reyes de las tapas y del vino, y muy aficionados al pescado y al marisco. En un restaurante gallego, por tan solo 10 € me comí seis ostras con limón (Madrid es en general una ciudad más barata que Barcelona), sinceramente, uno de los frutos del mar más deliciosos que la naturaleza nos puede ofrecer y que merece la pena deleitarlos antes de morir.

A diferencia de Barcelona, Madrid ha sabido conservar mucho mejor su identidad territorial. Con independencia de que pueda gustar o no, desde una posición neutral me atrevo a afirmar que se respira un españolismo y un madrileñismo en todos los rincones. Aunque la inmigración y el turismo son presentes por las calles y existen numerosos locales comerciales y de restauración regentados por extranjeros, la multiculturalidad aparenta ser más coherente y respetuosa porque no ha implicado el cierre de locales históricos y un retroceso de la cultura local. No ha habido una fagocitación cultural como en Barcelona, donde muchos locales históricos han cerrado y muchas calles parecen de una ciudad extranjera, no por culpa de la inmigración en sí, sino por la aplicación de unas políticas municipales poco coherentes. En Madrid se respira un ambiente cosmopolita, donde un forastero puede sentirse como un miembro más de la comunidad, bien tratado y recibido salvo por la existencia de minorías que expresan abiertamente sus prejuicios, las cuales, por suerte, no he tenido la desgracia de encontrar. Sabía que el pueblo madrileño no me defraudaría, y es por ello que creo en la conciliación y la concordia, porque a pesar de la división creada por los políticos y los medios de comunicación, una fraternidad Cataluña-Madrid es posible.

..................................................................................¡Que cara! ¡Que gesto! ¿Qué carajo es esto?

2 comentarios:

Tomás Serrano dijo...

¿Donde os comistéis esas sopas presuntamente castellanas? Me alegro de que haya ido todo bien.

Ricard dijo...

Bueno, la verdad es que fue en un restaurante gallego situado por el centro de la ciudad. Se comió muy bien. A mí, un plato de 6 ostras me cobraron solo 10 euros, aquí en Barcelona... ni soñarlo.